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jueves, 26 de diciembre de 2013

El déficit de natalidad en Europa. La singularidad del caso español

Y la potenciación de escuelas infantiles 0-3 como prioridad

La Fundación La Caixa ha presentado el estudio “El déficit de la natalidad en Europa. La singularidad del caso español”, coordinado por Gosta Esping-Andersen, catedrático de la Universidad Pompeu Fabra.

El estudio analiza los factores que influyen en el envejecimiento poblacional. Destacamos el capítulo VII donde se analizan las políticas públicas, valores de género y fecundidad en Europa. Entre las políticas públicas se recogen:

1. La creación de escuelas infantiles (se recoge un extracto en el desplegable)

2. La adaptación del mercado laboral para conciliar vida familiar y vida laboral

3. La política de permisos de maternidad y paternidad

Pero el informe opta explicitamente por la primera: "Finalmente, y una vez considerados todos los factores, nuestra conclusión es que la apuesta por la educación infantil de 0-3 años debería figurar de forma destacada en la lista de prioridades".


Una prioridad general, como se subraya en el capítulo 2, es redefinir el nexo entre las responsabilidades privadas y las colectivas o, dicho de otra manera, redistribuir los costes de los hijos. España es un claro exponente del modelo mediterráneo en lo que concierne a políticas familiares. 

Carece de un sistema adecuado de ayudas a las familias y a los hijos, los permisos de maternidad/paternidad son demasiado cortos, y la demanda de plazas en escuelas infantiles para menores de 3 años sobrepasa con mucho a la oferta. El cheque-bebé que introdujo el último gobierno socialista estuvo claramente mal planteado y cargado de ideología natalista. El efecto de esta medida fue, sin duda, escaso: pudo tener un efecto temporal, es decir, algunas mujeres quizá tuvieron un hijo antes de lo previsto gracias al cheque-bebé, pero es evidente que no logró estimular una recuperación de la fecundidad.

Contamos con suficientes evidencias para afirmar que las transferencias monetarias a las familias no tienen un impacto importante en los niveles de fecundidad, aunque tampoco sea este su principal objetivo. En los países nórdicos (donde las prestaciones familiares son comparativamente generosas), las transferencias constituyen el reconocimiento público de que los hijos son un bien social y, por lo tanto, los costes de tenerlos deben ser compartidos por todos. independientemente de si se tienen hijos o no, todos salen ganando si los niños y las niñas de una determinada sociedad crecen sanos, bien alimentados y con una buena educación. no hay que olvidar que los niños de hoy pagarán las pensiones de mañana.

Existe, no obstante, un ámbito en el que compartir los costes de los hijos sí produce aumentos significativos de la fecundidad: invertir en escuelas infantiles de 0-3 años. En todas las investigaciones realizadas, incluyendo la que nos ocupa, este demuestra ser, probablemente, el instrumento político más eficaz para combatir la baja natalidad. En el caso de España, se ha observado una tendencia positiva en la provisión de escuelas infantiles en los años 2000, pero la oferta está aún lejos de satisfacer la demanda.

Algunos responsables políticos no son conscientes de la importancia que tiene la inversión en educación infantil y siguen confiando en el apoyo de miembros de la familia (los abuelos) o en soluciones en el sector privado. ahora bien, ninguna de estas opciones es capaz de resolver el problema, puesto que el empleo femenino está convirtiéndose en la norma, la disponibilidad de abuelas cuidadoras pronto se agotará y el coste de las escuelas infantiles privadas de buena calidad no está al alcance de la mayoría de las familias.

Los responsables políticos declaran con frecuencia que las restricciones presupuestarias no permiten ampliar la red de escuelas infantiles subvencionadas. Frente a estos argumentos, la contabilidad dinámica demuestra que el gasto público inicial queda compensado a largo plazo gracias al aumento de la participación de las madres en el mercado de trabajo, los ingresos acumulados a lo largo de su vida laboral y la correspondiente recaudación de impuestos (Esping-Andersen, 2009). Existen buenos argumentos, por lo tanto, para considerar los gastos en educación infantil más como una inversión que como un gasto público corriente.

Este último punto se hace aún más evidente cuando tenemos en cuenta que la escolarización infantil de calidad tiene efectos muy positivos en el desarrollo cognitivo de los niños y, por consiguiente, en su futuro rendimiento escolar, un punto sobre el que James heckman, premio nobel de Economía, ha puesto mucho énfasis. p.206

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