es necesario que todos los agentes tengan claro que entre los 0 y los 3 años, el activo central presente y futuro del niño es su mundo emocional
Entre el nacimiento y los 3 años, los niños van a vivir las experiencias más trascendentales de su vida afectiva. Los bebés hacen gestos, sonríen, lloran, ponen en marcha un repertorio innato para conseguir la atención y el cuidado de los adultos que le rodean. Hacia los ocho meses, todos hemos presenciado cómo los niños se aferran a la madre cuando un extraño se acerca, lloran desolados cuando la madre se aleja o la agarran con fuerza cuando regresa. Será con los años cuando el niño sea capaz de decir “no te vayas” o “¿cuándo vas a volver?”.
Fuente: El confidencial
Estas frases que llenan de angustia y zozobra a los padres son un magnífico ejemplo de la necesidad infantil de sentirse cerca de los padres, pero ¿por qué? Uno de los retos del desarrollo pleno y feliz es tener la certeza de que somos importantes para alguien. Que cuando nos sintamos asustados o solos, o creamos que estamos en peligro, habrá alguien incondicional con quien podremos contar. Esta certeza se adquiere cuando en los primeros años de la vida, las necesidades emocionales de los niños han sido atendidas por un adulto. Si el adulto ha sabido captar las necesidades del bebé y responder con sensibilidad a ellas, el niño irá sintiendo que esa persona es digna de su confianza y que podrá contar con ella. La sensación de seguridad emocional es tan importante que se encuentra en la raíz de algunos trastornos de comportamiento infantil y de las relaciones afectivas a lo largo de la vida.
Tradicionalmente, la función de cuidado y atención a los niños la ha cumplido la madre o, si no, las estructuras familiares y sociales permitían que algún familiar o persona muy cercana a la familia se hiciera cargo del cuidado del niño. En general estas personas no sólo atendían al niño sino, lo que es más importante, tenían una relación emocional con él, llegando a vivirlo como parte integrante de la familia aún cuando no fuera así.
La incorporación de la mujer al trabajo y las nuevas estructuras socio-familiares hacen que en muchas ocasiones la atención a los niños se realice en instituciones ajenas a la familia. Ya que este hecho forma parte de la realidad, su negación o su denostación no es un elemento de avance en el desarrollo y bienestar de los niños que es, en definitiva, el bien supremo que ha de movernos.
En este sentido, es necesario que todos los agentes tengan claro que entre los 0 y los 3 años, el activo central presente y futuro del niño es su mundo emocional y, en concreto, su necesidad de sentirse querido y seguro con y de los adultos que le rodean. En sociedades cada vez más competitivas y de recursos limitados, parece comprensible la idea de que “cuanto antes se aprenda, mejor”. Esta máxima ha llevado en muchos casos a la creencia de que los programas 0-3 deben basarse en adquisiciones y logros académicos, convirtiendo a los bebés en alumnos y a los maestros en docentes.
Por otra parte, las circunstancias socioeconómicas han hecho que, en la mayoría de los casos, los profesionales de las escuelas infantiles no puedan dedicar sus esfuerzos y conocimientos a establecer y desarrollar programas en los que la vinculación afectiva con los niños sea un objetivo prioritario y transversal a las actividades y rutinas diarias. Es esencial que todos los agentes sociales y económicos tengan como elemento central de sus políticas para esta etapa de la vida, generar las condiciones apropiadas para que el desarrollo infantil sea, de verdad, el centro de sus inquietudes.
*Purificación Sierra es profesora de psicología de la Universidad Nacional de Educación a Distancia.
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