Las más jóvenes no recordarán que durante el franquismo cualquier iniciativa encaminada a la recuperación democrática era desacreditada con la expresión “contubernio judeo-masónico-comunista”.
Por ejemplo, en la última intervención publica del dictador, en la Plaza de Oriente el 1 de octubre de 1975, ante una manifestación convocada para demostrar el mantenimiento del apoyo popular a su régimen, duramente criticado en el exterior por los últimos fusilamientos, volvió a utilizar el recurso de atribuir el problema a
una conspiración masónico-izquierdista de la clase política, en contubernio con la subversión terrorista-comunista en lo social.10Algo parecido sucede con la expresión "…los socialistas y los comunistas…" que Esperanza Aguirre tiene a bien repetir con extrema frecuencia (ver búsqueda de google), la última vez para acusar a quienes se oponen a la privatización de la sanidad.
El truco es emitir en la "frecuencia franquista" de una parte de la sociedad, generando una reacción pavloviana de deslegitimación de los mensajes de la izquierda. Esta resonancia no solo afecta a los franquistas puros y duros sino que se extiende por parte de una sociedad que ve con prevención y desconfianza a sindicatos y partidos (lo que explica las bajas tasas de afiliación).
Al final las resonancias franquistas hacen vibrar a los elementos más extremadamente sensibles: como es el caso del Ayuntamiento de Quijorna (ver arriba y aquí).
¿Y cómo es que en este caso no se aplica el artículo 9 de la Ley de Partidos?
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