Los efectos de las reformas y privatizaciones de largo alcance del sector público están erosionando la imagen moderna y amistosa hacia el estado del bienestar del gobierno dirigido por los conservadores suecos.
Immanuel Kant utilizó el término signum rememorativum, demonstrativum, prognosticum para describir un signo de la historia. La sensación de entusiasmo que un evento puede generar, según Kant, puede ser tan importante como el propio evento.
Por lo general, esta terminología se utiliza para acontecimientos que han cambiado la historia, como la Revolución Francesa. Sin embargo, la reacción de la izquierda sueca cuando el ministro de Hacienda de centro-derecha, Anders Borg, se cortó la coleta esta semana no se ha quedado atrás.
El ministro de Hacienda Anders Borg y su inusual peinado se ha convertido en un símbolo de los problemas para la socialdemocracia sueca. Durante los últimos ocho años el primer ministro Fredrik Reinfeldt ha ocupado el espacio central de la política sueca y Anders Borg ha liderado el debate económico. El peculiar ministro de Hacienda, con su cola de caballo, personificaba la reinvención del centro-derecha sueco: moderno, competente y no enfrentado al Estado del Bienestar sueco.
Pero últimamente algo está cambiando. El viento de la política sueca parece estar cambiando. Y no en la dirección de Anders Borg.
Suecia es un país que confunde a los observadores políticos internacionales. Por una parte, se caracteriza por altos impuestos y prestaciones universales; por otro, por los cheques escolares y las privatizaciones del sector público a un nivel que Margaret Thatcher sólo podía soñar.
Para comprender esto debemos saber que en Suecia la "revolución neoliberal" no ocurrió tanto en la banca como en el sector público. Tomó la forma de la nueva gestión pública, privatizaciones de largo alcance y escuelas libres gestionadas con ánimo de lucro. La mayoría de estas reformas se llevaron a cabo durante la década de 1990, cuando Suecia sufrió una dura crisis financiera. A pesar de que en una comparación internacional muchas de estas políticas son extremas, en Suecia se ha producido un amplio consenso político en torno a ellas. La izquierda, sin estar entusiasmada por el camino tomado, ha aceptado la manera en la que se han hecho las cosas.
De la misma manera que el fracaso del sector financiero ha hecho que la izquierda en muchas economías anglosajonas cuestione las anteriores posiciones sobre el sector financiero, Suecia está empezando a reevaluar las reformas del sector público.
El fracaso del sistema sueco de "libertad de elección de escuela" ha estado a la cabeza de este debate.
Todo ello ha llevado al gobierno a batirse en retirada. El ministro de educación de Suecia, Jan Björklund, ha anunciado sus planes para "cambiar radicalmente" la regulación; y los Verdes se han disculpado públicamente por haber defendido las escuelas concertadas (free school) en el pasado.
Lo más importante es que todo esto ha llevado al ministro de Hacienda, Anders Borg, a perder su toque aparentemente mágico. Ya no está liderando el debate económico. Su receta económica se ha basado en recortes de impuestos; pero, en este momento, los problemas que están en la mente de la gente no pueden resolverse con recortes de impuestos.
Es demasiado pronto para decir en qué medida la oposición se beneficiará de esta evolución. Stefan Löfven, líder de los socialdemócratas, es un ex sindicalista muy respetado. Tiene un enfoque basado en el consenso y no es un hombre de movimientos audaces o dispuesto a asumir riesgos. Pero está por delante de Fredrik Reinfeldt en las encuestas; y lo más importante, el hechizo de Anders Borg parece haber desaparecido.
Hay espacio para algo nuevo en la política sueca.
La cola de caballo ha desaparecido.
Katrine Kielos es columnista de Aftonbladet, Suecia y el periódico diario de mayor tirada de Escandinavia.
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