La Consejería de Educación de Madrid y el PP en general tienen un problema con la educación. No confían en el profesorado y tampoco en los niños. Esto se agrava en el caso de educación infantil. Una etapa que desde el principio del desgobierno de Esperanza Aguirre vive un estado de excepción al considerar que es un espacio de modernidad pedagógica. De ahí el control sobre los materiales curriculares que tienen los equipos directivos, el ataque a la globalización del currículo con las horas obligatorias de lengua y matemáticas, o las programaciones didácticas preventivas.
Si ya era criticable el documento de evaluación de final de etapa, ahora la Consejería pone en práctica en una veintena de centros una nueva prueba de nivel para medir la lectoescritura y las matemáticas de los niños al final de la etapa. Se señala la intención de elaborar rankings de centros, pero el objetivo fundamental verdaderamente sería presionar al profesorado condicionando su trabajo, adelantando los aprendizajes y academizándolos (de hecho la propia consejería afirma que el objetivo es comprobar si se aplica bien el currículo).
Hay tres argumentos que todo el mundo deberíamos tener claro:
1. Cuanto más pronto se evalúa a los estudiantes más se mide su entorno socieconómico y menos el input de la escuela. Esto apoya que las pruebas de evaluación selectivas se retrasen, al máximo, para permitir que la escuela haga su efecto.
2. Cuanto más pronto se evalúa a los estudiantes más se valoran sus condiciones personales. Dentro de estas, se encuentra la fecha de nacimiento. Las diferencias de casi un año en el aula entre los alumnos nacidos en enero y diciembre es un factor clave en los resultados y en la repetición de curso ¡incluso a los quince años! Enfrentar a niños de cinco, seis o siete años a una tarea que algunos conseguirán con facilidad y que a otros les resultará casi imposible, no puede sino minar la autoestima de estos últimos e introducir un estrés inhumano en sus vidas, en las de sus familias y en las aulas, perjudicando su aprendizaje
3. Si esto se une a la masificación de las aulas de infantil españolas (que castiga, de nuevo, a los niños con peores condiciones de partida), y a la falta de recursos humanos para hacer frente a los niños con retraso madurativo, nee y dificultades de aprendizaje, la consecuencia es clara: la educación infantil lejos de cumplir su objetivo de compensación de desigualdades, refuerza las desigualdades de partida y se convierte en causa directa de fracaso escolar.
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